La forma de vivir de la población occidental, tradicionalmente, había sido la Ciudad.
Gracias a la concentración de gente en un punto estratégico, elegido por estar cerca de cosas interesantes, nos beneficiábamos de las ventajas de estar juntos: teníamos lo que necesitábamos relativamente cerca, podíamos comprar, ir al colegio, divertirnos… sin salir de nuestro entorno.
Con suerte, podíamos recibir esos servicios yendo a pie. En el peor de los casos, teníamos que coger puntualmente un transporte para llegar a servicios algo más específicos, pero podíamos cubrir la mayor parte de nuestras necesidades básicas con desplazamientos cortos.
Con el crecimiento de las ciudades, la subida del valor del suelo y las condiciones económicas, a las grandes ciudades tradicionales les van apareciendo satélites en los 60 y 70. Surgen las coronas metropolitanas. Los pueblos que estaban cerca de la ciudad principal se transforman en nuevas ciudades que, inicialmente tienen un déficit de servicios y son enteramente dependientes de la ciudad principal.

Empezamos a llamarlas, despectivamente, Ciudad dormitorio. Las identificamos como agrupaciones de edificios de vivienda, carentes de los servicios básicos: no hay equipamientos suficientes, cuesta encontrar comercio especializado, el transporte es deficiente… Las rechazamos y sólo las aceptamos porque no tenemos dinero para vivir en la Ciudad.
Sin embargo, con el tiempo, estos pueblos-ciudades-dormitorio van generando actividad. Se van consiguiendo los equipamientos que faltaban, se genera comercio, se mejoran los transportes, y estos núcleos pasan a ser nuevas ciudades tradicionales, cada vez menos dependientes de la principal, a la que ya no hace falta acudir con tanta frecuencia. El modelo tradicional vuelve a funcionar, porque se cuenta con las ventajas de la densidad, manteniendo una escala pequeña y la posibilidad de llegar a los servicios con desplazamientos cortos.
Así, dejamos de llamarlas ciudades dormitorio, porque han alcanzado el nivel de interacción social y la escala adecuadas para dejar de ser una acumulación de edificios de vivienda, sin más sentido que la disponibilidad de suelo.

Sin embargo, ahora que estamos tan avanzados, a estas alturas de nuestro desarrollo económico, estamos generando un nuevo modelo de Ciudad dormitorio, al que acudimos entusiásticamente, asumiendo que es un salto de calidad respecto a la forma de vida de nuestros predecesores.
Estamos en el modelo de los PAUs, una figura de los años 90, pero que el urbanismo español ha aceptado como el estándar del crecimiento urbano.
La mayoría de los nuevos crecimientos urbanos de los últimos años sigue este modelo. Sobre una cuadrícula de grandes manzanas, dispersamos enormes bloques de vivienda, tratando de reproducir visualmente la imagen de un ensanche tradicional, pero a una escala que empieza a dejar de ser cómoda.

Grandes manzanas herméticas, cerradas a la calle, que reservan un espacio privado en su interior, para el uso exclusivo de sus propietarios, donde tenemos la piscina, el pádel, el aparcamiento, espacio libre privado y cerrado para el uso de nuestros hijos, mientras no molesten a los vecinos cuya vivienda está abocada a este espacio.
Hemos perdido las ventajas de aquellos bloques lineales del movimiento moderno, que llenaron las ciudades dormitorio y que nos parecían tan feos, pero que, al menos en su idea original, estaban bien orientados, disfrutaban de ventilación cruzada y dejaban espacios libres suficientes, de uso público, a los que estaban orientadas nuestras viviendas.
Así, ahora se nos ha ocurrido doblar el bloque en torno a sí mismo, formando una manzana rectangular, en el que cada vivienda tiene la orientación que le toca, no tenemos ventilación cruzada, porque tenemos viviendas únicamente orientadas hacia dentro o hacia afuera, y si no tenemos mucha suerte, nos tocará vivir eternamente mirando al vecino que tenemos al otro lado de nuestro maravilloso patio privado, y protestando por el ruido que hacen los de la piscina o el pádel.

La calle se convierte en un espacio desierto, porque nadie camina por ella para llegar a ningún sitio, porque todo está muy lejos y no hay ninguna tienda cercana a la que ir a comprar nada. Las viviendas se cierran en torno a sí mismas, con paredes o con defensas que tapan los pequeños patios privados de los bajos. Las avenidas principales son vías de muchos carriles, por las que nadie tiene el valor de pasear, salvo los corredores aficionados y en los que tenemos que esperar a que los semáforos nos dejen sortear los coches.
Como gracia que nos otorga el urbanista, estas cuadrículas suelen estar interrumpidas por un bulevar enorme, donde hay una tímida intención de concentrar la escasa actividad del dormitorio gigante, donde podemos encontrar algo de comercio, usos recreativos o equipamientos y grandes zonas ajardinadas, mínimamente acogedoras, donde podemos pasear de ninguna parte a ningún sitio.
Para disfrutar de estos espacios, la mayoría tendremos que coger el coche, como para cualquier otra cosa que necesitemos. Afortunadamente, las grandes avenidas nos permitirán llegar rápidamente al atasco que nos conducirá a donde podremos conseguir lo que necesitamos, fuera de nuestra nueva, flamante y deseada Ciudad dormitorio.

Las viejas ciudades dormitorio tenían todavía la memoria del pueblo que fagocitaron. La conquista de los equipamientos las dotó de lo que las faltaba para ser vivibles, y hoy, los viejos barrios de bloques de los crecimientos del los 60 son pequeños pueblos, donde los abuelos que quedan se conocen de toda la vida y aparecen nuevos habitantes, la mayoría inmigrantes, porque los hijos se han ido a disfrutar de sus nuevas viviendas reticuladas. La gente ha humanizado estos espacios duros. Han surgido tiendas, locales, vida… la gente ha colonizado y hecho suyos estos espacios, porque aún retenían algo de la vieja ciudad tradicional y han logrado convertirla en algo parecido a aquélla.
Sin embargo, los hijos de aquéllos han decidido que prefieren salir del garaje de su casa-castillo cada mañana y volver del trabajo cada tarde, atravesando rápidamente esos espacios vacíos, recluyendo a sus hijos en el espacio seguro, controlado y endogámico de la Urba, y sin más interacción con sus vecinos que los encuentros en el ascensor o en la piscina. Vecinos de mi mismo bloque, obviamente, puesto que los de enfrente también están recluidos en su fortaleza.

La homogeneidad social impera. Somos todos iguales en nuestro nivel socioeconómico. Todos compramos on line, para lo que ya tenemos buzones específicos, vemos las mismas series en streaming, salimos a correr, al pádel o en bici de montaña, nuestros hijos van a los mismos colegios y celebran sus cumpleaños en los mismos parques de bolas… somos felices, en definitiva.
Copiando el modelo americano, y no lo bueno de éste, resolvemos la necesidad de centralidad, de un punto focal donde obtener servicios y relaciones sociales, generando el Centro comercial. Tenemos el mall de nuestro barrio, al que nuestros hijos adolescentes se escaparán cuando la Urba se les quede corta, pero que seguirá siendo un espacio controlado y delimitado, con un adecuado nivel de seguridad y donde se podrán relacionar con sus iguales, procedentes de sus respectivos bloques-castillos.

Igual que los viejos barrios se humanizaron, estos nuevos espacios no lo conseguirán jamás. La estructura de la propiedad, la geometría, los viales, harán imposible cualquier modificación de estas estructuras, que serán eternamente Ciudades dormitorio, porque no se puede hacer otra cosa en ellas que dormir. Y probablemente sea esto lo más triste, que nos hemos ido a ellas precisamente buscando esto, habitar y dormir, porque la mezcla de usos, personas, niveles sociales, culturas… que nos ofrecía la ciudad tradicional, ya no nos interesa. La nueva sociedad genera sus nuevos espacios.
Tendrá que ser así…